Él.
Abrí los ojos y la descubrí escrutándome. “Buen día”, me dijo, y el sonido me convenció más que la imagen sobre mi paradero: la realidad. No recordé lo que había soñado. La hermosura que me saludaba no era producto de mi imaginación (me habría sorprendido que lo fuera). No acostumbro soñar sonidos ni olores. Y ella sonaba y olía. Y olía muy bien.
Ella.
Cuando abrí los ojos lo primero que vi fue el látigo colgando de la pared. Y más allá una de esas bolas con pinches cuyo nombre nunca supe. Me impresioné. Pensé que haberle dicho “llevame adónde quieras” la noche anterior pudo haber tenido peores consecuencias. No fue mi boca la que dijo esa frase ni mi mente quien la dictó. Mi cuerpo se la dijo a sus manos. A sus manos sordas que palpaban en busca del mensaje.
Él.
Creo que me dijo algo luego de saludarme. Me acordaría de su comentario de no ser por su posterior confesión: “Tengo algo que decirte”, comenzó atemorizante. Normalmente se me habría congelado la sangre tal preámbulo, pero por algún motivo me resultó divertido. Actuando una cara de terror que intentó hacerla cómplice de mi divertimento, la invité a disparar. “No me llamo L. Me llamo M.”, espetó, y con eso, en menos de 12 horas de nuestro primer contacto visual, concretó dos de mis más febriles fantasías.
Ella.
No existe. No existe. ¿Qué hacía este espécimen en ese lugar donde lo encontré? ¿Por qué tiene todo lo que busco? Ayer le dije “No existís” para comprobar si era fuerte el hechizo. Sin embargo, hoy amaneció junto a mí, y su cuerpo ya me busca nuevamente.
Él.
La llamé al día siguiente para ver si nos íbamos a ver. “Vayamos despacio” me dijo, y no pude evitar la carcajada.
Acá puse lo que escribí entre 2003 y 2008 y que me parecía "de calidad". Hoy (2022) lo miro y me parece horrible y pedante. Pero lo dejo. También caen en este blog las cosas que me pegaron un poco emocionalmente, aunque no sean buenos literariamente.
Sunday, August 29, 2004
Wednesday, April 28, 2004
¿Me lo repite de nuevo?
[ Nuevo post en la sección "por eso se me llenó el disco rígido". En este caso, un escrito de aquellos mismos tiempos angelicales. Y ahora en serio, si mi disco se llenara con cosas como esta, felix sería ]
---
Hay dos cosas que vuelven loco a mi tío político: que la gente redunde y que reitere dos veces lo mismo.
Esta carta epistolar es una descripción que lo caracteriza para que los desconocidos que nunca lo han visto sepan de su gloriosa existencia, y para que los que hemos sido obsequiados con el regalo de conocerlo, tengamos otra oportunidad de volver a recordarle de nuevo otra vez cuánto lo queremos.
De todos los recuerdos del pasado que guardo en mi memoria, uno de los más gratos es aquel festejo de cumpleaños en Totoras, que fue una sorpresa que no me esperaba.
Pero en este punto quiero hacer un alto para que el relato que les cuento no deje de adolecer de la falta de menciones sobre el resto de la familia de mi tío, ni de sus parientes. Porque si hay algo que estoy aprendiendo que antes no sabía, es a gozar del placer de disfrutar de las relaciones humanas entre las personas.
Comenzaré en un principio por la principal y más importante de las personas humanas que hicieron posible que se me permita estar al alcance de lograr conocerlo. Ella es la bella María de los Ángeles (si se me permite la redundancia).
Ángeles me enseñó a disfrutar de un montón de muchas cosas que mi amnesia había olvidado con el transcurrir de los años que iban pasando. Es notorio y hay que mencionar cómo uno cambia las costumbres rutinarias usuales sin saber la causa del motivo y se pierde de tantas cosas lindas y simples de la vida cotidiana de todos los días. Al poco tiempo de convivir junto con Ángeles, redescubrí de nuevo las tostadas con mermelada, la leche chocolatada, el caminar descalzo sin zapatos y sentir la sensación del piso en vivo y en directo, etc., etc.
Creo que me estoy alejando de mi propósito personal original que tenía en un principio. Como que esto será un monólogo unipersonal en el que sólo escribiré yo, sería una iniquidad injusta que sólo hable nada más que de Ángeles, pues mi mirada sobre ella es subjetiva, personal y sesgada de mis acaloradas pasiones más ardientes.
Inicialmente al principio yo quería hablar de la familia nuclear de mi tío político Raúl, hermano de mi suegra. Creo que repetir su mención dos veces antes de nombrar al resto de los demás es quitarles protagonismo a los otros personajes principales de esta historia.
En mi propia opinión personal, yo creo que son todos una maravilla de personas. Es hermoso usufructuar y sacar provecho de ese valor agregado que se suma a las virtudes del grupo cuando comparten una tertulia reunidos para conversar. Están mutuamente interrelacionados entre sí unos con otros con una cohesión que los une y adhiere firmemente y los muestra invencibles a los ojos ajenos que pertenecen a otro lado.
La segunda en despertar mi admiración es mi tía, su esposa. Es la encargada de regentear la administración de una biblioteca de libros pública abierta a la comunidad de gente que vive en el pueblo. Es una perseverante asidua a la lectura y tiene la capacidad de poder contagiar esa pasión.
Sus hijos, son, simplemente, el resultado maravilloso de la herencia genética conjunta de sus progenitores que los gestaron y les dieron la vida cuando nacieron.
Quizás probablemente no agradecí debidamente como corresponde el haber sido tan generosamente atendido y festejado. Me divertí con los juegos lúdicos abundantes que no escaseaban en ningún momento del tiempo. Como no me gusta redundar, reitero nuevamente que quizás sea ése el motivo de no haber dejado de omitir el agradecimiento pertinente que correspondiera al hermoso trato recibido hacia mi propia persona. Tal vez puede ser que no haya tenido tiempo de valorar el precio de todos sus gestos y amabilidades y por eso aquí les mando el deseo de que sigan continuando bien, que estén tan lindos y unidos mutuamente como siempre y un deseo de verlos en el futuro que viene.
¡Salud!
---
Hay dos cosas que vuelven loco a mi tío político: que la gente redunde y que reitere dos veces lo mismo.
Esta carta epistolar es una descripción que lo caracteriza para que los desconocidos que nunca lo han visto sepan de su gloriosa existencia, y para que los que hemos sido obsequiados con el regalo de conocerlo, tengamos otra oportunidad de volver a recordarle de nuevo otra vez cuánto lo queremos.
De todos los recuerdos del pasado que guardo en mi memoria, uno de los más gratos es aquel festejo de cumpleaños en Totoras, que fue una sorpresa que no me esperaba.
Pero en este punto quiero hacer un alto para que el relato que les cuento no deje de adolecer de la falta de menciones sobre el resto de la familia de mi tío, ni de sus parientes. Porque si hay algo que estoy aprendiendo que antes no sabía, es a gozar del placer de disfrutar de las relaciones humanas entre las personas.
Comenzaré en un principio por la principal y más importante de las personas humanas que hicieron posible que se me permita estar al alcance de lograr conocerlo. Ella es la bella María de los Ángeles (si se me permite la redundancia).
Ángeles me enseñó a disfrutar de un montón de muchas cosas que mi amnesia había olvidado con el transcurrir de los años que iban pasando. Es notorio y hay que mencionar cómo uno cambia las costumbres rutinarias usuales sin saber la causa del motivo y se pierde de tantas cosas lindas y simples de la vida cotidiana de todos los días. Al poco tiempo de convivir junto con Ángeles, redescubrí de nuevo las tostadas con mermelada, la leche chocolatada, el caminar descalzo sin zapatos y sentir la sensación del piso en vivo y en directo, etc., etc.
Creo que me estoy alejando de mi propósito personal original que tenía en un principio. Como que esto será un monólogo unipersonal en el que sólo escribiré yo, sería una iniquidad injusta que sólo hable nada más que de Ángeles, pues mi mirada sobre ella es subjetiva, personal y sesgada de mis acaloradas pasiones más ardientes.
Inicialmente al principio yo quería hablar de la familia nuclear de mi tío político Raúl, hermano de mi suegra. Creo que repetir su mención dos veces antes de nombrar al resto de los demás es quitarles protagonismo a los otros personajes principales de esta historia.
En mi propia opinión personal, yo creo que son todos una maravilla de personas. Es hermoso usufructuar y sacar provecho de ese valor agregado que se suma a las virtudes del grupo cuando comparten una tertulia reunidos para conversar. Están mutuamente interrelacionados entre sí unos con otros con una cohesión que los une y adhiere firmemente y los muestra invencibles a los ojos ajenos que pertenecen a otro lado.
La segunda en despertar mi admiración es mi tía, su esposa. Es la encargada de regentear la administración de una biblioteca de libros pública abierta a la comunidad de gente que vive en el pueblo. Es una perseverante asidua a la lectura y tiene la capacidad de poder contagiar esa pasión.
Sus hijos, son, simplemente, el resultado maravilloso de la herencia genética conjunta de sus progenitores que los gestaron y les dieron la vida cuando nacieron.
Quizás probablemente no agradecí debidamente como corresponde el haber sido tan generosamente atendido y festejado. Me divertí con los juegos lúdicos abundantes que no escaseaban en ningún momento del tiempo. Como no me gusta redundar, reitero nuevamente que quizás sea ése el motivo de no haber dejado de omitir el agradecimiento pertinente que correspondiera al hermoso trato recibido hacia mi propia persona. Tal vez puede ser que no haya tenido tiempo de valorar el precio de todos sus gestos y amabilidades y por eso aquí les mando el deseo de que sigan continuando bien, que estén tan lindos y unidos mutuamente como siempre y un deseo de verlos en el futuro que viene.
¡Salud!
Ring, Clac.
[ En virtud de nuestra sección "mirá loquencontré en mis recuerdos digitales", muestro este escrito del
invierno 2001 ]
---
Desde las ocho de la mañana (con algunas interrupciones, no les voy a mentir) estoy luchando con miles de problemas que surgen en el trabajo que preparo para una materia de la facultad. El trabajo consiste en hacer cuentas delicadas con números gigantes y hay millones de detalles a tener en cuenta.
Son las 17 horas y la idea de un descanso me atrae peligrosamente.
Saco fuerzas de distintos lugares para seguir. Me recuerdo mis pasiones y mis metas. Me convenzo de que me gusta y sigo. No es común que me tenga que engañar artificialmente para cumplir con mis estudios porque me apasionan. Pero en estos momentos lo único que hago es probar el programa de computadora una y otra vez para que siempre falle en el mismo lugar, ese lugar que reviso minuciosamente y luce perfecto.
El mayor de mis afluentes de fortaleza viene de ella. Vendrá esta tarde. Sale del trabajo a las 17 y está a treinta o treinta y cinco minutos de viaje. El invierno que me amenaza a través de los vidrios la estará abrazando ahora. Maldito invierno incorpóreo que me impide un violento desquite celoso. No hay peor impotencia que la de no poder protegerla.
Quizás me llame, me aliento mientras los dedos mecánicos golpean ya no tan gentiles las teclas inocentes del teclado. Quizás me llame aunque no es necesario que lo haga. No es frecuente que se comunique sin razón. Cuando llegue conseguiré algo caliente y algo dulce. El programa vuelve a fallar. No es mi culpa. Esa parte la escribió otro integrante del equipo de desarrollo.
Caigo en la congoja y la impotencia. Quizás deba comenzar de una vez mi recreo. Entraré las plantas que saqué a la mañana a tomar el sol. Busco las palabras con las que le comentaré a Ángeles lo bien que me hace tener su imagen de respaldo. Le contaré que le agradezco la fuerza con la que me impulsa a seguir. Se lo contaré aunque ya lo sabe. Vuelvo a compilar el programa. ¡Cuánto que tarda! Imagino su llegada. La casa está sola. La abrazaré un largo rato antes de mencionar palabra. Luego le contaré cuánto deseé recibirla. También lo sabe, creo, aunque siempre se declara ignorante de la profundidad de mis sentimientos. Al menos lo sospecha, espero.
¡Riiing! Su voz suave suena en el teléfono. Adoro el sonido de su voz en ocho kilohertz. Me recuerda las primeras charlas, cuando nos conocíamos y guardábamos en secreto sendos amores. La época en que necesitábamos una excusa bien evidente para permitirnos el placer de levantar el tubo y marcar el número que ya atesorábamos en nuestra memoria.
"Estoy..." me dice. Hay ruido de calle detrás. "¡Te amo!" la interrumpo. Tal era la intensidad de mis pensamientos. Tal fue la oportunidad de su llamada cuando más la quería cerca mío. "¿A mí?", pregunta retórica. Ya dije que se mostraba ignorante y ajena a mis clamores. El timbre de su voz, ahora más divertido, confiesa voluntariamente el juego.
Tuuu, tuuu, tuuu. Ocupado.
¡Maldición! Teléfonos públicos que merecieron mi odio fugaz que duró hasta que la pena volvió a cerrarse lenta sobre mí luego del sacudón que había tenido.
Corro al identificador de llamadas y miro el número. Es raro. Es de la zona, pero es nuevo. Utiliza la numeración ampliada que la endemoniada empresa telefónica incorporó hace poco. Le doy tiempo a intentar un nuevo llamado. Silencio.
Marco el número. Nadie contesta. Suena, sin embargo. Debe ser un semipúblico. Mi cabeza recorre la zona donde calculo que ella se encuentra, tratando de recordar la ubicación de los teléfonos públicos. Ya descarté unos tres kilómetros que rodean mi casa pues el teléfono es más lejano. Además ella acaba de salir del trabajo. Tardé demasiado en llamar. Supuse que tendría monedas encima y que llamaría nuevamente. Ahora se habrá ido a buscar más cambio. Estará en esa mezcla de enojo y tristeza en que me encuentro yo frente a estos desencuentros incómodos. Nunca supe si le pesa igual que a mí. En todo caso no lo demuestra.
Yo lo menciono cuando me pasa, y quizás parezco débil. Quizás me muestro más dependiente de lo que soy. Pero lo hago en honor a sus primeras confesiones. Cuando desahogamos nuestros secretos cariños y nos dijimos por primera vez que nos queríamos, ella me confesó cosas que yo no le habría dicho a un desconocido (porque en esa época éramos muy amigos y muy desconocidos). En fin... estará buscando monedas.
No tengo ganas de volver a mis asuntos. El recreo no sería inmerecido. Por otro lado, nada puedo hacer para calmar mis ansiedades. Pienso un momento. El zumbido del ventilador de las computadoras corta el silencio.
¡Riiing! Me emociono.
"Hola, ¿está Adriana?" Dice una voz atropellada y rústica.
"No. Vuelve en un rato, ¿querés que le deje un mensaje?"
"Ahh... no. Yo soy Peto. Decile que la vuelvo a llamar."
"Bueno, hasta luego"
Clac.
Qué gasto de energía, emocionarse y frustrarse a tal velocidad. Quizás se lo pueda contar luego a ella de manera divertida. Me gusta su sonrisa cuando resulta espontánea e irrefrenable. Ya intenté describirla antes y no pude. Hay que verla.
Estará viniendo para acá. Si le costó mucho juntar más monedas quizás decidió ponerse en marcha para no perder más tiempo. De todos modos, está sólo a treinta minutos de viaje. Veinte quizás, si ya tomó el primer colectivo.
El Peto este me interrumpió cuando estaba buscando el número telefónico en la guía. No albergo esperanzas porque es un poco vieja, y ese teléfono seguro que no está.
"No se ha encontrado ninguna coincidencia." espeta el buscador. Era de suponer.
Dirijo mi mirada a la otra computadora, la que estuve usando todo el día para trabajar. Tengo que esforzar la vista para interpretar los símbolos. Me había despegado de ese lenguaje para dejarme arrastrar por uno mucho más grato, ambiguo y humano, quizás igual de interesante.
¡Riiing! Es ella.
"Hola, te cuento rápido porque viene el tren. Al final voy a ir a la facu. Después te explico".
"Bueno, está bien".
Clac.
invierno 2001 ]
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Desde las ocho de la mañana (con algunas interrupciones, no les voy a mentir) estoy luchando con miles de problemas que surgen en el trabajo que preparo para una materia de la facultad. El trabajo consiste en hacer cuentas delicadas con números gigantes y hay millones de detalles a tener en cuenta.
Son las 17 horas y la idea de un descanso me atrae peligrosamente.
Saco fuerzas de distintos lugares para seguir. Me recuerdo mis pasiones y mis metas. Me convenzo de que me gusta y sigo. No es común que me tenga que engañar artificialmente para cumplir con mis estudios porque me apasionan. Pero en estos momentos lo único que hago es probar el programa de computadora una y otra vez para que siempre falle en el mismo lugar, ese lugar que reviso minuciosamente y luce perfecto.
El mayor de mis afluentes de fortaleza viene de ella. Vendrá esta tarde. Sale del trabajo a las 17 y está a treinta o treinta y cinco minutos de viaje. El invierno que me amenaza a través de los vidrios la estará abrazando ahora. Maldito invierno incorpóreo que me impide un violento desquite celoso. No hay peor impotencia que la de no poder protegerla.
Quizás me llame, me aliento mientras los dedos mecánicos golpean ya no tan gentiles las teclas inocentes del teclado. Quizás me llame aunque no es necesario que lo haga. No es frecuente que se comunique sin razón. Cuando llegue conseguiré algo caliente y algo dulce. El programa vuelve a fallar. No es mi culpa. Esa parte la escribió otro integrante del equipo de desarrollo.
Caigo en la congoja y la impotencia. Quizás deba comenzar de una vez mi recreo. Entraré las plantas que saqué a la mañana a tomar el sol. Busco las palabras con las que le comentaré a Ángeles lo bien que me hace tener su imagen de respaldo. Le contaré que le agradezco la fuerza con la que me impulsa a seguir. Se lo contaré aunque ya lo sabe. Vuelvo a compilar el programa. ¡Cuánto que tarda! Imagino su llegada. La casa está sola. La abrazaré un largo rato antes de mencionar palabra. Luego le contaré cuánto deseé recibirla. También lo sabe, creo, aunque siempre se declara ignorante de la profundidad de mis sentimientos. Al menos lo sospecha, espero.
¡Riiing! Su voz suave suena en el teléfono. Adoro el sonido de su voz en ocho kilohertz. Me recuerda las primeras charlas, cuando nos conocíamos y guardábamos en secreto sendos amores. La época en que necesitábamos una excusa bien evidente para permitirnos el placer de levantar el tubo y marcar el número que ya atesorábamos en nuestra memoria.
"Estoy..." me dice. Hay ruido de calle detrás. "¡Te amo!" la interrumpo. Tal era la intensidad de mis pensamientos. Tal fue la oportunidad de su llamada cuando más la quería cerca mío. "¿A mí?", pregunta retórica. Ya dije que se mostraba ignorante y ajena a mis clamores. El timbre de su voz, ahora más divertido, confiesa voluntariamente el juego.
Tuuu, tuuu, tuuu. Ocupado.
¡Maldición! Teléfonos públicos que merecieron mi odio fugaz que duró hasta que la pena volvió a cerrarse lenta sobre mí luego del sacudón que había tenido.
Corro al identificador de llamadas y miro el número. Es raro. Es de la zona, pero es nuevo. Utiliza la numeración ampliada que la endemoniada empresa telefónica incorporó hace poco. Le doy tiempo a intentar un nuevo llamado. Silencio.
Marco el número. Nadie contesta. Suena, sin embargo. Debe ser un semipúblico. Mi cabeza recorre la zona donde calculo que ella se encuentra, tratando de recordar la ubicación de los teléfonos públicos. Ya descarté unos tres kilómetros que rodean mi casa pues el teléfono es más lejano. Además ella acaba de salir del trabajo. Tardé demasiado en llamar. Supuse que tendría monedas encima y que llamaría nuevamente. Ahora se habrá ido a buscar más cambio. Estará en esa mezcla de enojo y tristeza en que me encuentro yo frente a estos desencuentros incómodos. Nunca supe si le pesa igual que a mí. En todo caso no lo demuestra.
Yo lo menciono cuando me pasa, y quizás parezco débil. Quizás me muestro más dependiente de lo que soy. Pero lo hago en honor a sus primeras confesiones. Cuando desahogamos nuestros secretos cariños y nos dijimos por primera vez que nos queríamos, ella me confesó cosas que yo no le habría dicho a un desconocido (porque en esa época éramos muy amigos y muy desconocidos). En fin... estará buscando monedas.
No tengo ganas de volver a mis asuntos. El recreo no sería inmerecido. Por otro lado, nada puedo hacer para calmar mis ansiedades. Pienso un momento. El zumbido del ventilador de las computadoras corta el silencio.
¡Riiing! Me emociono.
"Hola, ¿está Adriana?" Dice una voz atropellada y rústica.
"No. Vuelve en un rato, ¿querés que le deje un mensaje?"
"Ahh... no. Yo soy Peto. Decile que la vuelvo a llamar."
"Bueno, hasta luego"
Clac.
Qué gasto de energía, emocionarse y frustrarse a tal velocidad. Quizás se lo pueda contar luego a ella de manera divertida. Me gusta su sonrisa cuando resulta espontánea e irrefrenable. Ya intenté describirla antes y no pude. Hay que verla.
Estará viniendo para acá. Si le costó mucho juntar más monedas quizás decidió ponerse en marcha para no perder más tiempo. De todos modos, está sólo a treinta minutos de viaje. Veinte quizás, si ya tomó el primer colectivo.
El Peto este me interrumpió cuando estaba buscando el número telefónico en la guía. No albergo esperanzas porque es un poco vieja, y ese teléfono seguro que no está.
"No se ha encontrado ninguna coincidencia." espeta el buscador. Era de suponer.
Dirijo mi mirada a la otra computadora, la que estuve usando todo el día para trabajar. Tengo que esforzar la vista para interpretar los símbolos. Me había despegado de ese lenguaje para dejarme arrastrar por uno mucho más grato, ambiguo y humano, quizás igual de interesante.
¡Riiing! Es ella.
"Hola, te cuento rápido porque viene el tren. Al final voy a ir a la facu. Después te explico".
"Bueno, está bien".
Clac.
Sentimientos
Nunca fui bueno para expresar mis sentimientos. He mejorado, pero aún no lo soy. Tuve otras patologías también, que creo son análogas. Por ejemplo, a eso de los 12 años de edad, no podía negarme ante un comerciante. Una vez que yo preguntaba el precio no importaba su respuesta. Yo no podía negarme. Sentía tal negación como una falta imperdonable. Como una defraudación hacia él. Yo había entrado en SU negocio, gastado SU tiempo. A cambio, debía comprarle algo.
Me curó mi hermana, de un codazo en las costillas. Habíamos ido juntos a averiguar el precio de una carpeta a varias librerías. El precio fue cada vez más caro, a medida que preguntábamos. Lo normal habría sido volver a la primera librería y comprar la carpeta allí. Sin embargo, casi no pude despegarme del último negocio. Ahora que redacto esto me doy cuenta de que el problema no era consumirle el tiempo a un comerciante, porque de hecho no había tenido problemas en agradecerle sin conflictos a los que me atendieron en las primeras librerías para seguir con mis investigaciones. El problema era un problema de fidelidad. Una vez que yo había decidido terminar con mi pesquisa para aprovechar la mejor oferta, en ese último negocio, tras la respuesta de su negociante, yo inmediatamente me sentía pecador de infidelidad. Y no podía despedirme como lo había hecho con los anteriores. Porque aunque él no lo supiera, yo sí sabía que la decisión estaba tomada. Que la compra se haría en otro lugar, y que él definitivamente perdería la venta. Mi cerebro dictaba "Nooooo!", mis labios deberían haber dicho "Muchas gracias", pero en un alarde de independencia decían "deme dos".
–Doce pesos.
Esfuerzo silencioso. Dos segundos. Tic, tac. Tic, tac. Mi cara lo decía todo. Lucha interna. Caos. Descontrol.
–Déme dos.
¡Thud! (codazo).
–No. Muchas gracias.-- dijo mi hermana.
Seguro que dijo algo mucho menos diplomático, pero prefiero pensar que dijo muchas gracias.
–¡Pelotudo!– eso sí me lo acuerdo bien –¡En el primer lugar en el que preguntamos salía ocho!
La historia sigue, y es larga y dura. Pero no es ese el punto. Aunque curado de muchas patologías de expresión de sentimientos y deseos, de manejo de las propias voluntades y destinos, y de firmeza de decisiones, sigo teniendo algunas dificultades.
Sin embargo, hace poco estuve del otro lado.
–Me cuesta mucho expresar mis sentimientos– me dijo. –Y...– prosiguió, por decirlo de alguna manera.
–Y...– en su cara vi mi propia cara. Mi propia cara de 12 años. Esa cara que había visto a posteriori del codazo. Esa cara que veo cada vez que repaso aquella situación en mi cabeza. Esa cara que se ve desde el lugar donde estaban los perplejos ojos del comerciante. Esa cara que nunca vi, pero que armé en una escena como en un sueño, para poder revivir el punto de vista del comerciante, como parte de mi terapia de recuperación. Esa cara de lucha interna. Esa cara de lengua rebelde y cerebro impotente.
–Y... ¡H...!
Los músculos del estomago se tensaron. El diafragma apretaba los pulmones. Quizás el aire comenzara a salir de ellos en un quejido monocorde y entonces la incomodidad, la vergüenza o al menos la estética elegiría pronunciar esa oscura confesión, que se aferraba a los bronquios para no ser arrastrada al exterior, en lugar de emitir un graznido informe.
Nada.
Sus ojos se apartaron de los míos, pero no en busca de otro objeto de la habitación en el cual posarse, sino que miraron al pasado, o a la confesión, como para convencerla de que afuera el clima estaba agradable.
–Ehhh...
No fue un graznido. Fue un “Ehhh...”, como el “Ahhhhr...” de un angloparlante, pero era un “Ehhh...” rioplatense.
Me asusté. No sé si afuera el clima estaba tan agradable. El clima era yo. La confesión temía al clima exterior, pero el clima le temía a ella. Tanto o más.
–No es necesario que lo digas.– le dije. Creo que también le dije “tomate tu tiempo” o algo así.
Bien sabía yo el sufrimiento que esos momentos producen en las almas débiles. Yo era una de ellas, y había sufrido varias experiencias como esa.
La confesión se durmió la siesta. Bien arropadita y tibia. Y ronroneante. Afuera la lluvia era breve y muy fría. No se podía acusar a la confesión de haber elegido mal. De hecho, me voy a por mi siesta.
Me curó mi hermana, de un codazo en las costillas. Habíamos ido juntos a averiguar el precio de una carpeta a varias librerías. El precio fue cada vez más caro, a medida que preguntábamos. Lo normal habría sido volver a la primera librería y comprar la carpeta allí. Sin embargo, casi no pude despegarme del último negocio. Ahora que redacto esto me doy cuenta de que el problema no era consumirle el tiempo a un comerciante, porque de hecho no había tenido problemas en agradecerle sin conflictos a los que me atendieron en las primeras librerías para seguir con mis investigaciones. El problema era un problema de fidelidad. Una vez que yo había decidido terminar con mi pesquisa para aprovechar la mejor oferta, en ese último negocio, tras la respuesta de su negociante, yo inmediatamente me sentía pecador de infidelidad. Y no podía despedirme como lo había hecho con los anteriores. Porque aunque él no lo supiera, yo sí sabía que la decisión estaba tomada. Que la compra se haría en otro lugar, y que él definitivamente perdería la venta. Mi cerebro dictaba "Nooooo!", mis labios deberían haber dicho "Muchas gracias", pero en un alarde de independencia decían "deme dos".
–Doce pesos.
Esfuerzo silencioso. Dos segundos. Tic, tac. Tic, tac. Mi cara lo decía todo. Lucha interna. Caos. Descontrol.
–Déme dos.
¡Thud! (codazo).
–No. Muchas gracias.-- dijo mi hermana.
Seguro que dijo algo mucho menos diplomático, pero prefiero pensar que dijo muchas gracias.
–¡Pelotudo!– eso sí me lo acuerdo bien –¡En el primer lugar en el que preguntamos salía ocho!
La historia sigue, y es larga y dura. Pero no es ese el punto. Aunque curado de muchas patologías de expresión de sentimientos y deseos, de manejo de las propias voluntades y destinos, y de firmeza de decisiones, sigo teniendo algunas dificultades.
Sin embargo, hace poco estuve del otro lado.
–Me cuesta mucho expresar mis sentimientos– me dijo. –Y...– prosiguió, por decirlo de alguna manera.
–Y...– en su cara vi mi propia cara. Mi propia cara de 12 años. Esa cara que había visto a posteriori del codazo. Esa cara que veo cada vez que repaso aquella situación en mi cabeza. Esa cara que se ve desde el lugar donde estaban los perplejos ojos del comerciante. Esa cara que nunca vi, pero que armé en una escena como en un sueño, para poder revivir el punto de vista del comerciante, como parte de mi terapia de recuperación. Esa cara de lucha interna. Esa cara de lengua rebelde y cerebro impotente.
–Y... ¡H...!
Los músculos del estomago se tensaron. El diafragma apretaba los pulmones. Quizás el aire comenzara a salir de ellos en un quejido monocorde y entonces la incomodidad, la vergüenza o al menos la estética elegiría pronunciar esa oscura confesión, que se aferraba a los bronquios para no ser arrastrada al exterior, en lugar de emitir un graznido informe.
Nada.
Sus ojos se apartaron de los míos, pero no en busca de otro objeto de la habitación en el cual posarse, sino que miraron al pasado, o a la confesión, como para convencerla de que afuera el clima estaba agradable.
–Ehhh...
No fue un graznido. Fue un “Ehhh...”, como el “Ahhhhr...” de un angloparlante, pero era un “Ehhh...” rioplatense.
Me asusté. No sé si afuera el clima estaba tan agradable. El clima era yo. La confesión temía al clima exterior, pero el clima le temía a ella. Tanto o más.
–No es necesario que lo digas.– le dije. Creo que también le dije “tomate tu tiempo” o algo así.
Bien sabía yo el sufrimiento que esos momentos producen en las almas débiles. Yo era una de ellas, y había sufrido varias experiencias como esa.
La confesión se durmió la siesta. Bien arropadita y tibia. Y ronroneante. Afuera la lluvia era breve y muy fría. No se podía acusar a la confesión de haber elegido mal. De hecho, me voy a por mi siesta.
Wednesday, April 14, 2004
Desbarranco empírico.
Pírico es una localidad muy chica, que está justo a medio camino entre Sauce Seco y Perro Muerto.
Ahí fuimos a pasear, en busca de un poco de verde. Con ella.
Derecho la miraba como si se alimentara de sus formas. Miraba sus ojos luminosos, mientras recordaba su sonrisa. Un rato después miraba su sonrisa, y recordaba los ojazos. Las sonrisas tenía que robarlas, y le gustaba el desafío.
Izquierdo hacía cuentas. Vivía haciendo cuentas. No siempre numéricas, pero cuentas al fin. Cálculos. Hop hop cálculos. Como quien hace popeyotes en el gimnasio. Hop hop logartimo en base dos de ocho, tres. Hop hop la tetradimensión y la máquina del tiempo. Hop hop si le dije y me dijo y le dije y me dijo, ¿Qué me quiso decir? Hop hop orden. Hop hop responsabilidad.
Izquierdo quería tener todas las cosas bajo su control. Pobre Izquierdo. Muchas veces lo lograba. Lo lograba con las cosas controlables. Derecho quería sentir. Quería sentir muchas cosas, todas las cosas. Últimamente tenía un único sentimiento recurrente: un agobio, un hartazgo que no llegaba a ser odio, hacia Izquierdo.
Izquierdo era más fuerte, pero Derecho estaba desarrollándose mucho últimamente, e Izquierdo quería unas merecidas vacaciones.
Derecho: —¿Viste qué lindos ojos que tiene?
Izquierdo: —¿Qué estará pensando?
Derecho: —¿Y los labios?
Izquierdo: —Le dije X y me dijo Y. Creo que me quiso decir Z. ¿O habrá entendido W? ¿Convendrá aclararlo?
—Me encanta cuando sonríe.
—Qué ganas de tirarme con ella en el sofá. Pero no hay ninguna excusa disimulable.
—Me quedaría toda la tarde.
—¿Qué pensará si me quedo toda la tarde? Seguro que piensa X cuando en realidad es Y, pero me convendría que piense Z, así que voy a actuar W.
—Dejate de joder. Quedémonos toda la tarde ¿Qué importa lo que piense?
—¿Cómo que importa lo que piense? ¿Qué pasa si ella quiere X pero nosotros Y?, ¡y si no le decimos Z va a imaginarse W!
—Hagamos Y.
—Pero tenemos que avisarle.
—¿Avisarle?
—Avisarle.
—¡Pero le quitás toda la magia, salame!
—Pero es seguro.
—Y tristísimo. Quedate piola y dejame a mí.
—Eso ya lo escuché muchas veces. Después tengo que poner la jeta yo.
—Qué copado el vestidito. Me gusta el verano.
—¡Pajero!
—¡Ah! Miralo al señooooor. ¿Y por casa cómo andamos?
—Al menos no me baboseo.
—¡Reprimido!
—¡Animal!
—¡Vegetal!
—¿Qué dijo?
—No sé. Te habló a vos. Qué lindos labios, ¿te fijaste?
—¡Shhhh! ¡Callate pelotudo, que me desconcentrás!
…
—Debo reconocer que estuviste piola. Démosle un chupón.
—¡Pará, desubicado!
—Dale que hay onda.
—Ya sé que hay onda, pero si le damos un beso, eso implica tácitamente un contrato de locación de servicio entre nosotros (en adelante El Chupandífero) y ella (en adelante De Quién Es Esa Boquita Cuchi Cuchi, o La Frígida, según cómo reaccione). Tal contrato de locación de servicio implica derechos y obligaciones entre las partes, yadda yadda locatario, yadda yadda locador, yadda yadda fideicomiso, yadda yadda preaviso, yadda yadda rescisión, yadda yadda daños, perjuicios, prejuicios y perjuros.
—No podés decidir esas cosas. No podés guiar los sentimientos. No podés predecir, jurar, asegurar, estimar cuando se dicta el corazón.
—(¡Puaj! ¡Qué meloso!) Me lo han dicho, pero no me permito jugar con los sentimientos ajenos. Prefiero cercenar mis ilusiones.
—¿Quién sooooó? Eso es una excusa para tu cobardía, tu timidez.
—¡...!
—¡Cogetelaaaá PUTO!
—¿Y si después ella se entusiasma?
—¿Y si te entusiasmás vos?
—¡...!
—Dale masita. Viví la vida. Estamos acá para sentir. Sólo vivimos el presente. Después te cargan: “Andá... preguntale si lee a Sartre”
—Somos adultos y tenemos un lenguaje de setentamilmiyón palabras. No necesito bailar el baile del apareamiento. Puedo expresar mis deseos con palabras.
—¿Y la seducción? ¿Y el juego? ¿Y la magia?
—Son hermosos, pero ambiguos.
—¿Qué mejor?
—No debemos ceder al desenfreno y el desbarranco.
—No te animás.
Tras salir de la quietud del departamento y tras un agradable paseo en auto por la ciudad semidesierta de fin de semana, nos desarmamos sobre el pastucho de la petit plazolet. La vida es cíclica. La llamamos espirálica para sentir que avanzamos en algún sentido. Creo que está bien. Los patrones se repiten, pero nunca volvemos al mismo punto.
Tuvimos charla divertida. Tuvimos miradas. Tuvimos sonrisas. Tuvimos censuras. Silencios. Silencios gratos, silencios que parecían campanadas violentísimas. Silencios resquebrajados, que hacían cric cric antes de desmoronarse, quizás artificialmente, quizás no. No fueron muchos, pero eran los que usaban Derecho e Izquierdo para discutir, aunque venían discutiendo desde hace mucho tiempo .Unos 29 años.
Izquierdo: —Esta pose es incómoda su boca está fuera de mi alcance. Redo from start. Bip Bip. Access Denied.
Derecho: —¡Qué linda tarde que estamos pasando! ¡Cómo me agrada que sea tan suelta! (Ella, no la tarde)
—Recuerdo todas las conversaciones mentales que tuve, anticipando estos momentos. Siempre rematé con una frase smartass antes de romperle los labios. A ella le gustaría ese estilo. Lo sé.
—Este pelotudo se va a quedar en el molde. Tengo ganas de mesarle los pelos y rasquetearle la orejita. (A ella, no al pelotudo).
—Mierda. No pinta conversación sobre la vida y el amor. Iniciemos una rama de charla...
—Vamos de nuevo con los masajes.
—Yadda yadda teoría de los masajes, yadda yadda nodulitos, yadda yadda shaitzu.
—Qué linda piel. Qué ganas de abrazarla.
—Yadda yadda cualquierísima.
—Me desbarranco, loco. Hastacállegamo. Hagámosle caso al presente, la piel, y la mar en coche.
Fue demasiado natural. Su hombro-cuello estaba delante de mis labios. Terminé con el masaje de espalda. Ella quería reclinarse, y yo necesitaba abrazarla. Izquierdo ya estaba confundido. Derecho estaba harto de él. Ni siquiera tuvo que tomar el poder. Por eso digo que fue natural. El cuello-hombro estaba siendo besado porque debía ser besado. Estaba ahí para ser besado y los labios lo saboreaban porque eso era lo correcto. Izquierdo repasaba el manual de procedimientos, casi como se revisa el cuaderno al salir del examen. Derecho cerró los ojos, y se rió juguetón, tratando de verificar que estaba ahí acurrucadito en su hombro-hombre-cuello. Subió.
—¡Disclaimer 1!— Gritó Izquierdo —Nos los representantes del pueblo... reunidos aquí en Congreso General Constituyente...
Se sintió de algún modo realizado. Estúpidamente realizado. Ella estuvo de acuerdo con el adjetivo. Sonrió. Vino a por más. Se sostuvo a milímetros. Comenzó el juego de Derecho. Izquierdo no supo nada más hasta el día siguiente. Y todos estuvieron contentos.
Ahora Izquierdo dicta y tipea esto: tiqui tiqui tiqui taca taca tiqui tac rrrrrrrr chiclín. Derecho lo mira con los ojos cerrados, desde un sitio un poco apartado. Tiene una sonrisa de medio lado, y me pareció ver que movía la cabeza muy levemente, negando, como dejando a Izquierdo hacer su trabajo, para dejarlo tranquilo, previendo, estimando, calculando. Izquierdo es feliz así, y no le hace mal a casi nadie. Derecho tiene gesto de campeón en la cara, de superado, pero sabe que sin Izquierdo no tendría lo que tiene. Son buenos amigos, quizás sólo gracias a sus diferencias.
Ahí fuimos a pasear, en busca de un poco de verde. Con ella.
Derecho la miraba como si se alimentara de sus formas. Miraba sus ojos luminosos, mientras recordaba su sonrisa. Un rato después miraba su sonrisa, y recordaba los ojazos. Las sonrisas tenía que robarlas, y le gustaba el desafío.
Izquierdo hacía cuentas. Vivía haciendo cuentas. No siempre numéricas, pero cuentas al fin. Cálculos. Hop hop cálculos. Como quien hace popeyotes en el gimnasio. Hop hop logartimo en base dos de ocho, tres. Hop hop la tetradimensión y la máquina del tiempo. Hop hop si le dije y me dijo y le dije y me dijo, ¿Qué me quiso decir? Hop hop orden. Hop hop responsabilidad.
Izquierdo quería tener todas las cosas bajo su control. Pobre Izquierdo. Muchas veces lo lograba. Lo lograba con las cosas controlables. Derecho quería sentir. Quería sentir muchas cosas, todas las cosas. Últimamente tenía un único sentimiento recurrente: un agobio, un hartazgo que no llegaba a ser odio, hacia Izquierdo.
Izquierdo era más fuerte, pero Derecho estaba desarrollándose mucho últimamente, e Izquierdo quería unas merecidas vacaciones.
Derecho: —¿Viste qué lindos ojos que tiene?
Izquierdo: —¿Qué estará pensando?
Derecho: —¿Y los labios?
Izquierdo: —Le dije X y me dijo Y. Creo que me quiso decir Z. ¿O habrá entendido W? ¿Convendrá aclararlo?
—Me encanta cuando sonríe.
—Qué ganas de tirarme con ella en el sofá. Pero no hay ninguna excusa disimulable.
—Me quedaría toda la tarde.
—¿Qué pensará si me quedo toda la tarde? Seguro que piensa X cuando en realidad es Y, pero me convendría que piense Z, así que voy a actuar W.
—Dejate de joder. Quedémonos toda la tarde ¿Qué importa lo que piense?
—¿Cómo que importa lo que piense? ¿Qué pasa si ella quiere X pero nosotros Y?, ¡y si no le decimos Z va a imaginarse W!
—Hagamos Y.
—Pero tenemos que avisarle.
—¿Avisarle?
—Avisarle.
—¡Pero le quitás toda la magia, salame!
—Pero es seguro.
—Y tristísimo. Quedate piola y dejame a mí.
—Eso ya lo escuché muchas veces. Después tengo que poner la jeta yo.
—Qué copado el vestidito. Me gusta el verano.
—¡Pajero!
—¡Ah! Miralo al señooooor. ¿Y por casa cómo andamos?
—Al menos no me baboseo.
—¡Reprimido!
—¡Animal!
—¡Vegetal!
—¿Qué dijo?
—No sé. Te habló a vos. Qué lindos labios, ¿te fijaste?
—¡Shhhh! ¡Callate pelotudo, que me desconcentrás!
…
—Debo reconocer que estuviste piola. Démosle un chupón.
—¡Pará, desubicado!
—Dale que hay onda.
—Ya sé que hay onda, pero si le damos un beso, eso implica tácitamente un contrato de locación de servicio entre nosotros (en adelante El Chupandífero) y ella (en adelante De Quién Es Esa Boquita Cuchi Cuchi, o La Frígida, según cómo reaccione). Tal contrato de locación de servicio implica derechos y obligaciones entre las partes, yadda yadda locatario, yadda yadda locador, yadda yadda fideicomiso, yadda yadda preaviso, yadda yadda rescisión, yadda yadda daños, perjuicios, prejuicios y perjuros.
—No podés decidir esas cosas. No podés guiar los sentimientos. No podés predecir, jurar, asegurar, estimar cuando se dicta el corazón.
—(¡Puaj! ¡Qué meloso!) Me lo han dicho, pero no me permito jugar con los sentimientos ajenos. Prefiero cercenar mis ilusiones.
—¿Quién sooooó? Eso es una excusa para tu cobardía, tu timidez.
—¡...!
—¡Cogetelaaaá PUTO!
—¿Y si después ella se entusiasma?
—¿Y si te entusiasmás vos?
—¡...!
—Dale masita. Viví la vida. Estamos acá para sentir. Sólo vivimos el presente. Después te cargan: “Andá... preguntale si lee a Sartre”
—Somos adultos y tenemos un lenguaje de setentamilmiyón palabras. No necesito bailar el baile del apareamiento. Puedo expresar mis deseos con palabras.
—¿Y la seducción? ¿Y el juego? ¿Y la magia?
—Son hermosos, pero ambiguos.
—¿Qué mejor?
—No debemos ceder al desenfreno y el desbarranco.
—No te animás.
Tras salir de la quietud del departamento y tras un agradable paseo en auto por la ciudad semidesierta de fin de semana, nos desarmamos sobre el pastucho de la petit plazolet. La vida es cíclica. La llamamos espirálica para sentir que avanzamos en algún sentido. Creo que está bien. Los patrones se repiten, pero nunca volvemos al mismo punto.
Tuvimos charla divertida. Tuvimos miradas. Tuvimos sonrisas. Tuvimos censuras. Silencios. Silencios gratos, silencios que parecían campanadas violentísimas. Silencios resquebrajados, que hacían cric cric antes de desmoronarse, quizás artificialmente, quizás no. No fueron muchos, pero eran los que usaban Derecho e Izquierdo para discutir, aunque venían discutiendo desde hace mucho tiempo .Unos 29 años.
Izquierdo: —Esta pose es incómoda su boca está fuera de mi alcance. Redo from start. Bip Bip. Access Denied.
Derecho: —¡Qué linda tarde que estamos pasando! ¡Cómo me agrada que sea tan suelta! (Ella, no la tarde)
—Recuerdo todas las conversaciones mentales que tuve, anticipando estos momentos. Siempre rematé con una frase smartass antes de romperle los labios. A ella le gustaría ese estilo. Lo sé.
—Este pelotudo se va a quedar en el molde. Tengo ganas de mesarle los pelos y rasquetearle la orejita. (A ella, no al pelotudo).
—Mierda. No pinta conversación sobre la vida y el amor. Iniciemos una rama de charla...
—Vamos de nuevo con los masajes.
—Yadda yadda teoría de los masajes, yadda yadda nodulitos, yadda yadda shaitzu.
—Qué linda piel. Qué ganas de abrazarla.
—Yadda yadda cualquierísima.
—Me desbarranco, loco. Hastacállegamo. Hagámosle caso al presente, la piel, y la mar en coche.
Fue demasiado natural. Su hombro-cuello estaba delante de mis labios. Terminé con el masaje de espalda. Ella quería reclinarse, y yo necesitaba abrazarla. Izquierdo ya estaba confundido. Derecho estaba harto de él. Ni siquiera tuvo que tomar el poder. Por eso digo que fue natural. El cuello-hombro estaba siendo besado porque debía ser besado. Estaba ahí para ser besado y los labios lo saboreaban porque eso era lo correcto. Izquierdo repasaba el manual de procedimientos, casi como se revisa el cuaderno al salir del examen. Derecho cerró los ojos, y se rió juguetón, tratando de verificar que estaba ahí acurrucadito en su hombro-hombre-cuello. Subió.
—¡Disclaimer 1!— Gritó Izquierdo —Nos los representantes del pueblo... reunidos aquí en Congreso General Constituyente...
Se sintió de algún modo realizado. Estúpidamente realizado. Ella estuvo de acuerdo con el adjetivo. Sonrió. Vino a por más. Se sostuvo a milímetros. Comenzó el juego de Derecho. Izquierdo no supo nada más hasta el día siguiente. Y todos estuvieron contentos.
Ahora Izquierdo dicta y tipea esto: tiqui tiqui tiqui taca taca tiqui tac rrrrrrrr chiclín. Derecho lo mira con los ojos cerrados, desde un sitio un poco apartado. Tiene una sonrisa de medio lado, y me pareció ver que movía la cabeza muy levemente, negando, como dejando a Izquierdo hacer su trabajo, para dejarlo tranquilo, previendo, estimando, calculando. Izquierdo es feliz así, y no le hace mal a casi nadie. Derecho tiene gesto de campeón en la cara, de superado, pero sabe que sin Izquierdo no tendría lo que tiene. Son buenos amigos, quizás sólo gracias a sus diferencias.
Monday, February 02, 2004
De diferentes modos la conozco,
sus personajes me atraen a su mundo
Le dedico a Cairel este, el segundo
poema cuyos versos aquí caen.
---
Como la luz que al cruzar el vítreo adorno
Arco iris se torna dividida
Irradiando de colores el entorno,
Recfractado en análoga medida
Encontreme en mi viaje de retorno
Lentamente emprendiendo mi partida.
Quién pudiera varear los arrabales
Urdidos por tu pluma majareta
Ensortijados, chispeantes, no lineales?
Demostraste ser más que lo esperado.
Una grata sorpresa positiva.
Llora su lluvia el cielo acongojado
Cuando su celeste o gris o plateado
Envidia tu mirada, que cautiva.
Respiro tus palabras, las devoro.
Estudio de imitarlas la manera.
Suplícole a mi baldía moyera
Una o dos similares, se lo imploro.
En la oficinesca costa, si no hay moros
Ni un segundo me demoro en perseguirlas.
Así en mi mente se clavan las esquirlas
Saltarinas de tus mundos, que atesoro.
sus personajes me atraen a su mundo
Le dedico a Cairel este, el segundo
poema cuyos versos aquí caen.
---
Como la luz que al cruzar el vítreo adorno
Arco iris se torna dividida
Irradiando de colores el entorno,
Recfractado en análoga medida
Encontreme en mi viaje de retorno
Lentamente emprendiendo mi partida.
Quién pudiera varear los arrabales
Urdidos por tu pluma majareta
Ensortijados, chispeantes, no lineales?
Demostraste ser más que lo esperado.
Una grata sorpresa positiva.
Llora su lluvia el cielo acongojado
Cuando su celeste o gris o plateado
Envidia tu mirada, que cautiva.
Respiro tus palabras, las devoro.
Estudio de imitarlas la manera.
Suplícole a mi baldía moyera
Una o dos similares, se lo imploro.
En la oficinesca costa, si no hay moros
Ni un segundo me demoro en perseguirlas.
Así en mi mente se clavan las esquirlas
Saltarinas de tus mundos, que atesoro.
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