Desde hace algún tiempo, mi realidad tiene un regustillo a manjar de la infancia saboreado en la adultez.
Está muy bueno, pero le falta ese cinco para el peso que lo haga sublime como el recuerdo que guardamos de él. Casi seguro que el hecho de que sea un recuerdo lo convirtió en un peso con cinco, y aunque ahora saboreamos un peso exacto, sentimos gusto a noventa y cinco centavos.
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